Afortunadamente en las últimas décadas, la psicología ha avanzado en el diagnóstico de mujeres dentro del espectro autista. Este cambio se refleja en la evolución de las estadísticas. Históricamente se estimaba una proporción de 4 a 1 entre diagnósticos de hombres y mujeres. Investigaciones más recientes, indican que la cifra real podría acercarse a 3 a 1 o incluso 2 a 1. Este reajuste se debe, en gran parte, al creciente reconocimiento de mujeres autistas que fueron subdiagnosticadas, debido a que poseen características más sutiles o utilizan estrategias de camuflaje social para pasar desapercibidas. Sin embargo, a pesar de estos avances, persiste como problema estructural la tendencia a establecer categorías, perfiles y nombrar conductas observadas desde el funcionamiento neurológico, sin abarcar en profundidad la explicación sobre lo que significa en términos sensoriales, emocionales y corporales.
La mayoría de los diagnósticos se centran en analizar “déficits de comunicación”, “falta de flexibilidad cognitiva” o “intereses restringidos”, dando poco tiempo a la indagación sobre cómo se experimentan esas características desde la corporalidad.
Un ejemplo claro es el llamado burnout autista. El término comienza a circular con más fuerza, tanto en redes sociales como en ciertos enfoques clínicos, pero a menudo se reduce a una etiqueta más dentro del repertorio diagnóstico. Lo que no siempre se comprende es que no se trata simplemente de fatiga o estrés acumulado. Es el resultado de una estrategia adaptativa de años o décadas para sostener máscaras sociales, inhibiendo reacciones sensoriales y emocionales para encajar en entornos cotidianos.
Como mujer neurodivergente, he experimentado lo que implica ser leída desde afuera. No me interesa repetir esa lógica en mi trabajo. El acompañamiento que propongo se sostiene en la vivencia corporal, en lo que el cuerpo señala antes de que aparezca la palabra. En el observar cómo se anticipa, cómo se protege, cómo intenta organizarse frente a lo que nos supera, para poder tomar las opciones más sanas.
La regulación sensorial no puede depender de la aplicación de una técnica de moda o que la literatura afirma como efectiva, se debe tratar de crear condiciones donde el cuerpo no se vea forzado a defenderse todo el tiempo. Es decir, también se deben mejorar las condiciones físicas o ambientales en que ocurre nuestra vida, como el hogar, la oficina, la sala de clases, los espacios terapéuticos. Porque cuando esa presión externa disminuye, se puede experimentar la tranquilidad.
El lenguaje clínico tiene utilidad para acceder a apoyos o legitimar ciertas necesidades, pero no sirve como una herramienta cotidiana, porque saber nombrar no alcanza para comprender en profundidad. Entender una experiencia somática no implica simplemente interpretarla o traducirla a palabras, implica estar presente totalmente en el tiempo que ocurre, para poder determinar con mejor claridad cómo salir de ella si comienza a ser desagradable. Observar y evaluar para prevenir o actuar, se puede enseñar.
En Clara Sensorial, el acompañamiento parte de esa base. Si bien manejamos el lenguaje técnico, no lo utilizamos para repetir definiciones, nos centramos en generar herramientas, en abrir un espacio donde la autopercepción pueda desplegarse con libertad. Cada cuerpo puede encontrar su forma de organizarse. El trabajo consiste en respetar el ritmo propio y ofrecer recursos concretos que faciliten el proceso, sin imponer estructuras ajenas o recetas de moda.
Ronina Seoane, Acupunturista y Terapeuta Corporal. Comunicadora Social.