En el programa Clara Sensorial, la meditación va más allá de una simple técnica de relajación o un ejercicio de control de la mente, la usamos como una vía de reorganización sensorial. La proponemos como una oportunidad concreta de regresar al cuerpo, en un entorno cuidado que no exige ninguna adaptación o algún tipo de rendimiento.

El acceso al cuerpo no es algo dado, a pesar que sostiene nuestra vida, no somos realmente conscientes de su implicancia, vivimos rápido, sobrepasadas, hiperalertas, dejando de sentir.  Cuando intentamos relajarnos, el cuerpo se hace visible desde la incomodidad. Este fenómeno es más evidente al iniciar una práctica de meditación, lo que emerge está lejos de la calma, es un aumento de la percepción física, tensiones, rigidez, zonas frías, pensamientos circulares, que parecen ingobernables.

Estás manifestaciones pueden ser más invasivas en las mujeres neurodivergentes, es por ello que se necesitan adecuaciones especiales. Descubrí algunas en mis propios intentos. Antes de sentarme, suelo recurrir a ciertas herramientas de anclaje, una venda para los ojos, un bloque de madera bajo la pelvis. La venda me quita los estímulos lumínicos y el bloque me da mayor comodidad, entregándome una referencia espacial clara. Uso estos elementos para lograr habilitar el ingreso a una percepción interna más estable.

A través del tiempo, he experimentado momentos meditativos donde se abren sensaciones muy agradables, son como una caída suave hacia un espacio interno amplio y oscuro, sin ruidos ni amenazas. Esa oscuridad está lejos de asustar, se aparece como un gran espacio de contención, como un entorno que permite soltar el control y disfrutar de mi cuerpo.

Mi práctica meditativa no parte de técnicas externas. Vengo del movimiento, del trabajo corporal, del lenguaje sensorial. Mi acceso siempre fue físico. No concibo la meditación como un esfuerzo mental, sino como una forma de reencuentro con la estructura profunda que me sostiene.

Es por ello que en Clara Sensorial integro la meditación como un pilar, justamente por su capacidad de revelar una calma sin exigencias. Es uno de los pocos espacios donde las personas que acompaño pueden dejar de sostener sus máscaras funcionales. No hay que explicar, no hay que justificar, no hay que imitar. Solo es necesario estar en contacto con lo que aparece, que mágicamente siempre es agradable.

Este tipo de práctica ha demostrado ser especialmente valiosa para mujeres neurodivergentes, cuya carga adaptativa cotidiana es altísima. El cuerpo, cuando puede registrar sin juicio, empieza a sentirse como algo conocido, confiable. Aparece una sensación que usualmente me describen como “volver a casa”. No lo plantean como una metáfora, sino como una experiencia fisiológica real.

Para ayudar a establecer la meditación como herramienta individual, no puedo utilizar protocolos fijos. Cada persona necesita encontrar su modo. Algunas requieren cobijo completo, otras un aroma específico, otras simplemente una posición que no les exija esfuerzo. El punto de partida es el respeto por el ritmo propio y la disposición del cuerpo y las ganas de experimentar la experiencia.

Lo que se activa en esos espacios puede parecer contradictorio, porque al dirigir la atención hacia dentro, no se reduce la experiencia, sino que se amplía. Se hace visible una red de vínculos internos, de sensaciones, imágenes, recuerdos o intuiciones que antes estaban bloqueados por la exigencia exterior.

En ese estado, se disuelve la necesidad de entender y se activa la de sentir una forma de pertenencia profunda al cuerpo como un lugar seguro.

Ronina Seoane, Acupunturista y Terapeuta Corporal. Comunicadora Social.